Reflexión agustiniana

Escrito el 14/06/2025
Agustinos


Esperanza y vida trinitaria

La esperanza de la que se trata tiene por objeto la vida trinitaria, de la que esperamos disfrutar: “Del amor de este mundo hemos sido llamados a esperar y amar otro mundo. En este debemos abstenernos de todos los deseos ilícitos, es decir, debemos ceñir nuestros lomos y arder y brillar en buenas obras, que equivale a tener encendidas las lámparas” (Sermón 108, 1). El deseo nos amplía la capacidad de disfrutar ya que se trata de disfrutar nada menos que de Dios: “Volvamos, pues, a aquella su Unción; volvamos a aquella su Unción que enseña interiormente algo que no podemos decir con palabras. Como ahora no podéis verlo, ocupaos en desearlo. La vida entera del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas aún no lo ves, pero deseándolo te capacitas para que, cuando llegue lo que has de ver, te llenes de ello. Es como si quieres llenar una cavidad, conociendo el volumen de lo que se va a dar; extiendes la cavidad del saco, del pellejo o de cualquier otro recipiente; sabes la cantidad que has de introducir y ves que la cavidad es limitada. Extendiéndola aumentas su capacidad. De igual manera, Dios, difiriendo el dártelo, extiende tu deseo, con el deseo extiende tu espíritu y extendiéndolo lo hace más capaz. Deseemos, pues, hermanos, porque seremos llenados” (Comentario a la carta de Juan 4, 6).

            A los que todavía están en peregrinación les es tan necesaria la esperanza que sin ella languidecen, pero a todos y cada uno de los vivientes que mantengan deseos nobles, también les es imprescindible: “Exista en la tierra la actividad necesaria, y en el cielo el deseo de ascender. Aquí la esperanza, allí la realidad. Cuando poseamos la realidad allí, no habrá esperanza ni aquí ni allí; no porque la esperanza carezca de contenido, sino porque deja de existir ante la presencia de la realidad... La esperanza llega a su feliz término cuando se hace presente la realidad. Todo forastero espera llegar a su patria; mientras no está en ella, sigue esperándola; mas, una vez que haya llegado, deja de esperarla. A la esperanza le ha sucedido la realidad. La esperanza llega a su feliz término cuando se alcanza lo que se esperaba” (Sermón 395, 1).

            En las dificultades, en medio de los problemas siempre se mantiene viva la llama de alcanzar la meta: “Salen los judíos del mar Rojo y caminan por el desierto; así los cristianos, después del bautismo, todavía no están en la tierra de promisión, sino en esperanza. Este mundo es un desierto, y para el cristiano en verdad el desierto está después del bautismo si entiende qué recibió. Si no sólo tienen lugar en él signos corporales, sino que también se da un efecto espiritual en su corazón, advierte que este mundo es para él un desierto, entiende que vive en peregrinación, que anhela la patria. Y mientras la desea, vive en la esperanza... Esta paciencia en el desierto hace que se espere algo. Si piensa que ya está en la patria, no llega a ella; si piensa que ya está en la patria, se queda en el camino. Para no quedarse en el camino, espere la patria, desee la patria, no se desvíe, pues sobrevienen pruebas: igualmente sobrevienen después del bautismo... Hubo también enemigos en el desierto que pretendían interceptarles el camino; lucharon contra ellos y los vencieron: de igual manera, no se desvíe el cristiano cuando, tras el bautismo, comience a recorrer el camino de su corazón con la esperanza de las promesas de Dios. En efecto, sobrevienen tentaciones que sugieren algo diferente, atractivos de este mundo, otro género de vida, para apartar a cada uno de su camino y hacer que desista de su propósito” (Sermón 4, 9).

            Esta tensión de vivir anhelando la patria, solo se puede mantener por la esperanza de lograr algún día llegar a ella: “Por mucho bienestar y abundancia que haya en este mundo, no nos hallamos todavía en aquella patria, a la cual ansiamos llegar. A quien el exilio le resulta agradable, no ama la patria; y cuando es dulce la patria, el exilio es amargo; y si el exilio es amargo, todo el día habrá tribulación. ¿Cuándo no la habrá? Cuando llegue la dulzura de la patria” (Comentario al salmo 85, 11). La esperanza siempre es dinamizadora, es decir, siempre es motora y conductora, porque siempre quiere llegar a la meta: “Que vuestra esperanza no esté en la tierra, sino en el cielo; que vuestra fe esté firmemente asentada en Dios, sea grata a Dios. Puesto que lo que ahora no veis aquí, pero lo creéis, lo habréis de ver allí, donde vuestro gozo no tendrá fin” (Sermón 227). De todas las maneras es en Dios donde hemos de poner la esperanza: “Tener la esperanza puesta en Dios, no en ti, pues tú estás abajo, mientras que Dios está en lo alto. Si tienes depositada tu esperanza en ti mismo, tu corazón está abajo, no en lo alto” (Sermón 229, 3).

Santiago Sierra, OSA