Beato Anselmo Polanco.

Agustinos


7 de febrero

Betao Anselmo Polanco

Nació en Buenavista de Valdavia (Palencia) el 16 de abril de 1881. Entró en el Real Colegio Seminario de los Padres Agustinos de Valladolid y allí emitió sus primeros votos en 1897. Pasó después a La Vid (Burgos) donde completó los estudios. Ordenado sacerdote el año 1904, tras haberse dedicado a la formación y la enseñanza de la teología, en 1922 fue nom­brado Prior de Valladolid, y en 1932 Provincial de la Provincia agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas. En todo momento se distinguió por su delicadeza de espíritu, su amor a la concordia y su atención a la observancia religiosa.

Hombre culto, con aptitudes sobresalientes para el gobierno y el trabajo pastoral, rubricó con la propia sangre su fe en Jesucristo y su fidelidad a la Iglesia.

Siendo todavía Provincial, en 1935 fue nombrado obispo de Teruel. Cuando llegó a oídos de su madre el nombramiento, le dio un sabio consejo: “Tú que siempre fuiste buen hijo, sé ahora buen padre”.

Un año más tarde estallaría la guerra civil española que iba a con­vertir la pequeña ciudad de Teruel en uno de los puntos de lucha más cruenta. El pastor permaneció siempre al lado de sus ovejas prodigando consuelo y fortaleza. “He venido a dar la vida por mis ovejas”, había dicho al hacer la entrada en la diócesis que el papa le había confiado.

            El 8 de enero de 1938, el obispo Polanco, vestido con el hábito de agustino y acompañado por un grupo de sacerdotes diocesanos, se entregó al ejército ocupante. Prisionero, soportó fuertes presiones para que retirara su firma de la carta del episcopado que denunciaba ante la opinión mundial la persecución que sufría la Iglesia en España. Junto con su Vicario General, Felipe Ripoll, sufrió el encarcelamiento durante trece meses. Pocos días antes de concluir la guerra, el 7 de febrero de 1939, fue asesinado en Pont de Molins (Gerona) cerca de la frontera francesa. El lema de su escudo episcopal se hizo realidad: “Me sacrificaré y me consumiré por vuestras almas”.

Fue beatificado por Juan Pablo II el 1 de octubre de 1995. “En Teruel – escribía D. Antonio Algora, entonces obispo de Teruel y Albarracín – le recordamos siempre como el pastor que no abandonó a sus ovejas. El P. Polanco dio la vida por su Iglesia en el doble sentido de la expresión: por no abandonarla, y en favor de ella, por la salvación de los suyos”.