LA FAMILIA, IGLESIA DOMÉSTICA.
La familia es considerada santuario doméstico de la Iglesia, si esa es iglesia doméstica; pero el santuario viene considerado abierto a la caridad ejercitada en testimonio de Cristo y como don de Dios. Así se explica Agustín: “En fin, os ruego, por aquel de quien recibisteis ese don y esperáis el premio de tal don, que os acordéis de inscribirme a mí en vuestras oraciones con toda vuestra iglesia doméstica” (La bondad de la viudez 23, 29). Otra de las fórmulas utilizadas para hablar de la familia, aunque en el mismo tono es “no pequeña Iglesia de Cristo”: “Consideramos que vuestra casa es una no pequeña iglesia de Cristo… Que Dios nos ayude a tener la buena voluntad, en la que consiste ese mismo recto vivir y esa caridad que sobresale tanto entre todos los dones de Dios, que se llama Dios” (Carta 188, 3).
Por tanto, la familia es el lugar donde se recibe el Evangelio. Agustín, de hecho, compara al padre de familia con el obispo en la Iglesia. El jefe de familia, por lo tanto, tiene la función de preocuparse por los miembros y de vigilar, haciendo en casa lo que hace el obispo en la iglesia local: “Haced nuestras veces en vuestra casa. El obispo (episcopus) recibe este nombre porque vigila desde arriba, porque, con su vigilancia, cuida de los fieles. A cada uno, pues, en su casa, si es la cabeza de la misma, debe corresponderle el oficio de obispo, es decir, de vigilar cómo es la fe de los suyos, para evitar que alguno de ellos incurra en herejía, ya sea la esposa, o el hijo, o la hija, o incluso el siervo” (Sermón 94). Tendremos todos que aprender a ser servidores, a vivir bien. Pero el que está al frente de la familia, ejerciendo la disciplina, cumple una función eclesial, sirviendo a Cristo: “Cuando, pues, oís, hermanos, decir al Señor: «Donde yo estoy, allí estará también mi servidor», no penséis sólo en los obispos y clérigos buenos. También vosotros servid a vuestra manera a Cristo, viviendo bien, dando limosna, predicando su nombre y doctrina a quienes podáis, de forma que también cada padre de familia reconozca por este nombre que él debe a su familia afecto paternal. Por Cristo y por la vida eterna amoneste, enseñe, exhorte, corrija a todos los suyos, emplee la benevolencia, ejerza la disciplina; así cumplirá en su casa una función eclesiástica y, en cierto modo, episcopal, pues sirve a Cristo para estar eternamente con él. De hecho, muchos de vuestra clase sirvieron ese máximo servicio del padecimiento; muchos no obispos ni clérigos, jóvenes y vírgenes, viejos con los más jóvenes, muchos casados y casadas, muchos padres y madres de familia, para servir a Cristo depusieron incluso sus vidas como testimonio a favor de él” (Comentario a Juan 51, 13).
Como Iglesia doméstica los padres y los hijos forman una célula de la Iglesia; allí, en la familia, los padres, con la palabra y el ejemplo, son los primeros testigos y propagadores de la fe; educan a los jóvenes a que se comporten según la voluntad de Dios y dediquen consciente y generosamente su existencia a Dios. La familia cristiana es comunidad eclesial; refleja la vida de la Iglesia y participa de la misión de la Iglesia universal; educando a sus miembros en el 'sentido de la iglesia', es escuela de educación cristiana. Esta vida eclesial transmitida en la familia, debe ser de tal calibre que pueda abrirse a toda la Iglesia. La familia es una escuela de amor, de reconciliación y perdón, pero también de corrección y disciplina: Por tanto, estate seguro si eres misericordioso; extiende tu amor hasta los enemigos. A los que estén bajo tu gobierno, castiga, corrige con amor, con caridad teniendo en cuenta su eterna salvación, no sea que, por perdonar a la carne, perezca su alma” (Comentario al salmo 102, 14).
Santiago Sierra, OSA