Aquel hombre no creía que Dios le amaba.
Un día, caminando por los alrededores de su ciudad,
se encontró con un pastor que,
al verle triste y acongojado, le preguntó:
- ¿Qué te pasa, amigo?
- Estoy triste porque me siento solo.
- Yo también estoy solo, pero no estoy triste.
- Será que Dios te acompaña...
- Por supuesto.
- Sin embargo, yo no tengo la compañía de Dios.
No soy capaz de creer en su amor.
¿Cómo va a ser posible que Dios
nos ame a todos uno por uno
y que me ame a mí personalmente?
- ¿Ves allí la ciudad? -le preguntó el pastor-.
¿Ves cada una de sus casas con sus ventanas...?
Pues bien, no debes perder la esperanza.
Mira, el sol es uno solo;
pero cada ventana de la ciudad,
incluso la más pequeña,
recibe cada día el beso del sol
y es iluminado por su luz.
Tal vez tú estás triste
porque mantienes cerrada la ventana de tu corazón.
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