Quiero contarte una historia que me hizo reflexionar.
Hace tiempo leí sobre los búfalos y las vacas.
Ambos sienten cuando se acerca una tormenta.
Ambos saben que el mal tiempo está a punto de golpear.
Pero su reacción no podría ser más diferente.
Las vacas huyen.
Corren en dirección opuesta, intentando evitar la tormenta a toda costa.
El problema es que no son lo bastante rápidas.
La tormenta las alcanza, y mientras ellas siguen huyendo, se quedan atrapadas más tiempo bajo la lluvia.
Los búfalos hacen lo contrario.
En lugar de huir, corren hacia la tormenta.
Atraviesan el mal tiempo de frente, con todo el miedo y el esfuerzo que eso conlleva, pero lo cruzan rápido.
Salen al otro lado mucho antes que las vacas y, lo más importante, encuentran un campo fresco, lleno de vida, esperándolos.
Me impactó la fuerza de esta metáfora porque, seamos sinceros, ¿cuántas veces actuamos como vacas?
Huir de las decisiones importantes.
Retrasar ese cambio que sabes que necesitas. Quedarte donde estás porque, aunque no sea ideal, es cómodo, es seguro, es... tolerable.
Pero aquí está la clave: cuanto más huyes, más tiempo pasas bajo la tormenta. La solución de un problema siempre empieza por nosotros y esta comienza cuando nos enfrentamos a ellos.